Casi en paralelo al proceso de este libro, Etchebarne publicó su primer libro de poemas, titulado Cómo cocinar un lobo. Raro para una escritora que tuvo un debut fuerte como narradora, apostar a un libro de poemas; suele ser a la inversa, los poetas que se pasan a la narrativa. Pero las convenciones son eso: convenciones. Etchebarne decidió publicar un libro que habla de manera directa y franca sobre la muerte de sus dos padres, ocurrida con muy poco tiempo de distancia. Los poemas, casi a la manera de Edgar Lee Master, “narran” un inventario; una casa, un olor, un rincón, un recuerdo. Las cosas que parecen fugaces y que se van con la muerte, Etchebarne las retiene, les busca una caja y las pone en funcionamiento. Les da una nueva vida. Con respecto al tema del dolor, Etchebarne reflexiona: “A veces son algunas escenas que me resultan felices y la escritura es el ejercicio de retener eso. Y en ese ejercicio de retener algo feliz, el dolor también aparece igual. En mi libro de poemas, la intención era inventariar una casa, lo que mis padres decían, las palabras que usaban; eso podría haber sido un motor más feliz, pero el dolor venía en el bolsillo porque era saber que eso se estaba perdiendo, que se iba a perder y que en definitiva se perdió.”
"Básicamente, no hay que pensar en nada que a una la aleje del presente, como los astronautas siempre atados a lo que te pueda devolver a la gravedad de tu tiempo", escribe la narradora de uno de sus cuentos. La vida por delante parece preguntarse por un tema crucial que, en cierto modo, afecta a la generación nacida en los años ochenta: qué hacer con las herencias. Las herencias pueden ser materiales, las cenizas de los padres o una madre que no está, pero también simbólicas; la idea del matrimonio como proyecto de vida. El último cuento, “Casi siempre desesperados”, narra los vaivenes de una pareja joven, la de Ana y Ramiro, que se rinden y sacan tablas en el juego del amor adulto. Narrado en tercera persona, pero cercano al punto de vista de Ana, la pregunta sobre cómo vivir juntos resuena como las descargas de un enchufe pelado; la pareja gana distancia cuando pierde el lenguaje común que los une, las palabras que fundan y dan sentido al comienzo del amor. ¿Qué queda por delante cuando lo que se tiene es lo que se pierde?
Un tema que ha resonado en las innumerables reseñas aparecidas tras la publicación del libro es cómo hace Etchebarne para canalizar algunas ideas del feminismo en sus cuentos sin caer en dogmatismo. Las mujeres en sus cuentos sufren; sufren por amor, por falta de compañía, por falta de miradas, por el paso del tiempo. Y en ese sufrimiento paciente y cautivo encuentra una forma de hacer política. La vida por delante no da concesiones. Por ejemplo, en el cuento inicial, la narradora asiste al deterioro de su madre; su cuerpo marchito también se marchita con la historia de un matrimonio estallado, una línea se superpone a otra: “No es la misma manera en la que el hombre mira su vejez. Las mujeres miramos a la vejez de otro modo. Rápidamente en tu vida empezás a notar que estás envejeciendo, empezás a notar esa transformación. Parte de crecer es registrar ese cambio. El registro de estar envejeciendo empieza muy rápido. No creo que haya hombres que a los treinta o a los veintiocho estén sufriendo el envejecimiento o que lo entiendan como algo que se sufre. Y eso me parecía interesante de contar. El cuerpo de la mujer completamente deserotizado, separado de lo sexual”.
Quizás, dice Etchebarne, una escritora solo esté haciendo covers de las escritoras que ama. En su narrativa hay una lectura inteligente de Alice Munro, resuena el oído contemporáneo de Lorrie Moore y Grace Paley, el ritmo de Joy Williams, la fuerza de Ottessa Moshfegh. Pero también hay una lectura del suburbio bonaerense, una mirada piadosa con las vidas anónimas que habitan la periferia de Buenos Aires, de sueños postergados, almacenes de ramos generales, oficinistas que llegan tarde al tren de las ocho y media. “En muchos de mis cuentos siempre hay dos tiempos. En general, pienso que el pasado explica ese presente. Algo que recuerda un personaje nunca es ordenado ni fiel. Después, las cosas que uno se acuerda del pasado no son una película, son fogonazos. Me gusta que aparezca el pasado o no sé si es que me gusta, es que no puedo evitar poner al personaje recordando, como si fuese el nacimiento de la narración. Tienen algo que contar porque recuerdan, y recordar es una manera de dejar algo con vida”.
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