El hijo, como prueba de que el padre alguna vez volvió.
Y de que él está. Ahora. Ahí. Y para siempre...
Poema de Gustavo Caso Rosendi
Y que el barro, aunque pese, también puede dar raíz.
Hace pocas horas regresé de nuestras islas Malvinas. Es mi sexto viaje a ese territorio tan especial que llevo en las entrañas. Esta vez solo me animé a hacerlo con uno de mis hijos, Facundo, el menor de ellos. Para acompañarnos en esta travesía, él seleccionó solo canciones de León Gieco, que nos fueron abrigo y reflejo. En una de ellas canta:
“Soy como un tren que atraviesa las tempestades camino al sol. Llevo la marca de todos estos tiempos, libres o de encierros (...). Tengo una canción que empieza en mí, solo busco que termine en vos”.
Entre esos paisajes desolados y hermosos, juntos con Facu caminamos sobre la turba mojada. Mientras pisábamos las huellas de la guerra, me dijo: “Dejás atrás el barro, pero estás sembrando algo nuevo”. Y es cierto, dejar atrás el barro de la guerra, el frío que calaba en los huesos y el silencio que pesaba más que las balas. Miraba las trincheras, no olvidaba, sino que sembraba una memoria distinta.
Mi hijo tiene casi la misma edad que yo tenía cuando estuve en estas islas por primera vez, en aquel otoño de 1982, y estuvimos casi en los mismos días de la batalla final de la guerra en Puerto Argentino. Verlo con su cámara, buscando un nuevo amanecer me ayudó a reencontrarme con mi juventud perdida.
Fue muy movilizador este viaje con él. Encontré no solo a un hijo, sino también a quien me obligó a encontrarme como padre. Entendió muchas cosas de mi vida, de esa mochila invisible que cargo desde hace más de cuarenta años, con las secuelas de una guerra que no se irán hasta ese último día.
Este reencuentro fue también con la vida. Con un paisaje áspero, marcado por el dolor, pero con presente y luz. Y fue mi hijo quien me la mostró: con su entusiasmo, su alegría, su mirada limpia. Llenos de emociones encontradas, visitamos mi pozo de zorro, mi otro lugar en el mundo, en la bajada de Super Hill. El viento era el mismo, pero esta vez estaban los abrazos y la complicidad de embarrarnos en la turba.
Después llegó el momento de visitar el cementerio de Darwin, de homenajear a los compañeros caídos, que permanecen ahí como un faro que nos guía. Recorrimos también las trincheras aún visibles, con los restos de carpas y frazadas. Todavía hay garrafas, baterías, borceguíes, zapatillas, marmitas, cubiertos y cables. La huella del horror persiste en lo que fueron los campos de batalla.
Por la extensa meseta de Monte Longdon vimos restos de municiones, tocamos y sentimos la turba. Facundo me preguntaba: “¿Cómo hicieron para sobrevivir? ¿Cómo no murieron?”. Y yo pensaba: esa misma pregunta me la hago desde hace cuarenta y tres años.
Caminar con él fue también caminar con la vida. Sus pasos no conocen la metralla, los obuses, ni el miedo a la muerte. En sus ojos no hay guerra, hay fuego: el fuego de los sueños que no se rinden, de las preguntas que no se callan. Donde yo recordé la guerra, él vio un campo de esperanza. Donde yo vi trincheras, él encontró memoria viva. Dejó de sorprenderse por lo encontrado en ese museo a cielo abierto, pero no dejó de conmoverse.
Transitar con Facundo por las islas fue también recorrer un territorio interior. Cada paso suyo despertaba un recuerdo mío. Pero también cada mirada suya iluminaba zonas que había mantenido en sombras. A veces, sin saberlo, los hijos nos enseñan a nombrar lo innombrable.
Él no vino a buscar respuestas cerradas. Vino a abrir preguntas: ¿Qué sentido tiene hoy Malvinas para un joven? ¿Qué lugar ocupa esta causa en una época donde todo parece diluirse en la fugacidad de las redes? Y sin embargo, ahí estaba él: conmovido ante la turba, indignado ante la injusticia, curioso ante los relatos. Fue entonces cuando comprendí que Malvinas no es solo territorio, ni solo historia: también es pedagogía. Una manera de narrar las causas para que no se olviden. Que la memoria no sea una carga, sino una herramienta viva.
Lo que se transmite con verdad y afecto cala hondo. Por eso Malvinas debe contarse con palabras que no lastimen, pero sí con una mirada crítica, honesta, profundamente humana. Hay que tener una memoria activa, que no encierre, sino que libere.
Este viaje no fue solo un regreso, fue una siembra. Facundo, con su cámara, con su voz, con su fuego, fue sembrando memoria en cada rincón. Yo puse el cuerpo, él la mirada. Y entre ambos construimos un diálogo en medio de ese viento que siempre nos acompañó.
Ahora sé que Malvinas también puede ser eso: un puente entre generaciones. Un lugar donde el dolor se convierte en aprendizaje. Y si alguna vez empuñé un fusil, hoy me aferro a su mano. Hoy lucho por ver flamear algún día nuestra bandera celeste y blanca en esas islas.
Volver de Malvinas con el cuerpo entero, pero con cicatrices que perduran. El barro se metió por las botas y también por la memoria. Con el tiempo, uno aprende a convivir con esas heridas. No porque se curen, sino porque se incorporan: como una forma de estar en el mundo, de no ser solo sobreviviente y de amar cada vez más la vida.
También hubo tiempo para meternos al mar helado, porque lo habíamos prometido, como un gesto de soberanía. Vimos pingüinos, caminamos sobre la arena blanca. Transitar hoy por Puerto Argentino tiene un paisaje diferente. Se nota el crecimiento demográfico, una ciudad más cosmopolita. Según el último censo, inmigrantes de 81 países diferentes han comenzado a habitar estas islas. En sus negocios, supermercados, bares y hoteles se ven trabajadores filipinos y africanos. Ya no hay tantos ciudadanos chilenos como antes. Ahora uno puede cruzarse con habitantes de origen coreano, nepalés, peruano e incluso venezolano. Los descendientes de los usurpadores británicos se ven cada vez menos, pero su hostilidad persiste. Muchos jóvenes kelpers se van a estudiar al Reino Unido y no regresan. La composición social ha cambiado, aunque la presencia militar británica intenta disfrazarlo. La base militar sigue siendo el eje del interés colonial, pero el territorio muestra otra dinámica.
Facundo, con su forma de romper certezas, entendió que no todos los héroes quieren serlo. Que no hay gloria donde hubo abandono. Que la guerra no terminó el 14 de junio de 1982, siguió en cada suicidio, en cada insomnio, en cada padre que nunca volvió a hablar.
Han pasado 43 años desde la guerra. ¿Cómo convertir la experiencia vivida en una herramienta para las generaciones futuras? Malvinas es símbolo de soberanía, pero también de manipulación. Un justo reclamo tomado por una dictadura que lo utilizó con fines espurios. La guerra fue brutal: morir o sobrevivir con 18 años. Pero el regreso fue otra batalla: sin palabras, sin reconocimiento, con una sociedad que nos dio la espalda. Por suerte todo cambió y hoy la realidad es diferente.
Durante años, la democracia recién recuperada decidió olvidar. No hubo políticas de Estado, ni contención. Cerca de mil ex combatientes se suicidaron. No pudieron con el peso del abandono. No se trata solo de recordar la guerra, sino de lo que vino después.
Este regreso a Malvinas fue también una forma de rescatar la mirada humana sobre la guerra, de resignificar. Ejercer la memoria es la tarea que nos queda. No hay país justo sin memoria. Y Malvinas no es sólo pasado: es presente y futuro.
La lucha por la recuperación de nuestras islas debe seguir generando conciencia soberana. No se trata solo de una cuestión territorial o marítima. También es una causa cultural, educativa, política, económica y comunicacional. Es una forma de dignidad. Una defensa de lo común. Una manera de plantarse ante la historia sin renegar del dolor, pero sin entregarse a la indiferencia.
En este volver desde Malvinas al continente traigo más curadas las cicatrices. Mi hijo las mira, no con miedo, sino con respeto. Y con su rebeldía, las vuelve alas.
Malvinas es como el zumbido de un moscardón, siempre está dando vueltas en mi corazón. En definitiva, ese barro que marca el paisaje de la turba malvinera también se hace raíz en los sueños de nuestros hijos.
En este 10 de junio, Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico, sigamos construyendo memoria y soberanía.
Edgardo Esteban es periodista y excombatiente de Malvinas.
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