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De hecho, el rodaje de No Other Land concluyó precisamente en ese momento, cuando un primo del codirector y coprotagonista Basel Adra es fusilado frente a cámara por un colono israelí, en Masafer Yatta, un conglomerado de aldeas rurales en las colinas de Hebrón, al sur de Cisjordania. Ese es también el final de una película que durante los 90 minutos previos narra las experiencias de Basel, un palestino de unos veintitantos años cuyo primer recuerdo –cuando apenas tenía 5- es el haz de luz en la cara con el que una madrugada lo despertaron soldados israelíes que habían ingresado a su casa para detener a su padre.

A los 7, Basel ya participaba en su aldea, junto a su familia y sus vecinos, de la resistencia pacífica contra la ocupación israelí de sus tierras. “Por entonces, la gente empezaba a filmar”, recuerda Basel, a quien vemos presentarse a sí mismo de niño, muy orgulloso, como “un pastor de ovejas”. Y a partir 2019 es el propio Basel quien filma los constantes intentos de desalojo de su aldea por parte del ejército israelí, que bajo el mandato de la justicia israelí, se apropia de esas tierras para utilizarlas como campos de entrenamiento militar. O al menos esa es la excusa.

De nada sirve que los pobladores expongan una y otra vez que sus antecesores ya habitaban esas colinas desde 1830 y que por entonces Masafer Yatta ya figuraba en los mapas. Las excavadoras israelíes demolerán una y otra vez sus casas -y sus escuelas, y sus corrales, y hasta sus gallineros-, que los palestinos vuelven a levantar una y otra vez, mientras buscan refugio en las cuevas de la región. Pero Basel no se engaña: sabe que está testimoniando el principio del fin, que –al menos desde octubre del 2023- Masafer Yatta, aunque lejos de la Franja de Gaza, ya nunca será lo que fue para él y su familia.

La inteligencia de los hacedores de No Other Land está en haber sabido construir un film políticamente poderoso con los escasos recursos a su disposición. La película sin duda es urgente en su realización –porque en más de una oportunidad Basel y sus compañeros tienen que salir literalmente corriendo a registrar un hecho, a veces apenas con sus teléfonos- pero no por ello descuida el material de archivo o los registros de la televisión internacional, que ayudan a la comprensión del contexto.

La dramaturgia del film también contribuye a que No Other Land encuentre espacios de reflexión en medio de la violencia simbólica y material que atraviesan sus agonistas. La película documenta su propio proceso de realización cuando va dando cuenta de la amistad creciente entre Basel y Yuval Abraham, un periodista israelí de su misma edad que considera un crimen la política que lleva a cabo su país contra la población palestina. Y que está dispuesto a decirlo en voz alta, en televisión incluso. Esa postura no necesariamente le gana de inmediato la confianza de amigos y familiares de Basel, pero ayuda a que se abra la discusión entre todos y Yuval se sume al proyecto de la película.

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Basel y Yuval estuvieron en la Berlinale 2024 cuando No Other Land tuvo allí su estreno mundial y hablaron en la ceremonia de clausura del festival al recibir el premio al mejor documental. “Basel y yo tenemos la misma edad. Yo soy israelí; Basel es palestino. Y en dos días volveremos a una tierra donde no somos iguales”, dijo Yuval. “Yo vivo bajo una ley civil y Basel vive bajo una ley militar. Vivimos a 30 minutos el uno del otro, pero yo tengo derechos de voto; Basel no tiene derechos de voto. Yo soy libre de moverme donde quiero en esta tierra; Basel está, como millones de palestinos, encerrado en la Cisjordania ocupada. Esta situación de apartheid entre nosotros, esta desigualdad, tiene que terminar”. Y Basel completó: “Masafer Yatta, mi comunidad, está siendo arrasada por excavadoras israelíes. Pido una cosa: que Alemania, ya que estoy aquí en Berlín, respete los llamados de la ONU y deje de enviar armas a Israel”.

Bastaron esas pocas palabras para que a partir de esa noche la Berlinale se volviera el foco de una controversia política de proporciones inéditas, en la que el festival terminó acusado –entre otros, por el alcalde de la ciudad, Kai Wegner- de “antisemitismo”. Y contrariamente a lo que el propio Yuval pensaba, él al menos no pudo volver inmediatamente a Israel: tuvo que cancelar su vuelo de regreso por la cantidad de amenazas que sufrió en su país. “¡Te vamos a estar esperando, hijo de puta!”, fue uno de los cientos de mensajes que recibió en sus redes sociales, según le contó al periódico israelí Haaretz.

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Y quedó probado que Yuval tenía muy buenas razones para cuidarse. Tres semanas después de haber ganado el Oscar al mejor documental en la ceremonia en Hollywood del 2 de marzo pasado, uno de los co-directores de No Other Land, el palestino Hamdan Ballal, fue brutalmente agredido por colonos en Susiya, la localidad del sur de Cisjordania ocupada en la que reside. Y la ambulancia que fue a socorrerlo terminó secuestrada por el ejército israelí, que mantuvo cautivo a Ballal hasta que el escándalo provocado en la comunidad internacional forzó su liberación y fue internado en un hospital de la ciudad de Hebrón.

Hoy, mientras en Tel Aviv el presidente argentino Javier Milei firma con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu un memorándum de entendimiento “por la democracia y la libertad”, miles de palestinos e israelíes se deben estar haciendo la misma vieja pregunta que viene recorriendo el mundo hace más de un siglo y que en No Other Land se vuelven a plantear Basel y Yuval: “¿Qué hacer?”

Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.

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