Es un cuerpo de seis relatos hilvanados con una cita de Silvina Ocampo: Lo raro siempre es lo más cierto. El tono extraño, oscuro de la Ocampo es una constante que acompaña a los clímax que crea Samanta. Los cuentos de Schweblin son mecanismos de relojería. Perfectos. Pero no nos dejemos engañar, esta no es la Samanta que conocemos, la que venimos leyendo en libros anteriores. 

La de Siete casas vacías, El núcleo del disturbio, Kentukis o Distancia de rescate. Esta Samanta cavó un pozo profundo y nos metió adentro. A la manera de los prisioneros de Platón en la Alegoría de la caverna, vemos las sombras que se proyectan en la pared y creemos que esas sombras son la única realidad. Pero una voz nos tienta: “Afuera hay otro mundo, otra realidad”, nos dice. Es la voz de Samanta.

¿Qué sucedería si le hiciéramos caso a la voz y subiéramos a la superficie? Como al prisionero que logra escapar, el brillo abrumador del sol cegaría inicialmente nuestros ojos, impidiéndonos ver nada de lo que ahora se considera verdadera realidad. Sin embargo, a través de un proceso gradual de ajuste, nuestros ojos se adaptarían.

Esa ascensión de un mundo a otro es lo que se nos propone en El buen mal, texto que voy a llamar “de madurez”. Hay una nueva Schweblin que se apoderó de los recursos que había ido descubriendo y desarrollando en sus primeros libros. Los usa ahora como base donde estirar, sostener, hacer durar las atmósferas y los clímax.

Bienvenida a la comunidad, el texto que abre el libro, nos muestra cuál va a ser el camino que vamos a recorrer. Estamos en la zona de lo real. Con problemas, crisis y fatalidades reales. Parejas con crisis de parejas. La vida. La muerte. Los accidentes. Las fatalidades son como las veredas rotas donde constantemente podemos tropezar y caer.

Hay símbolos poderosos como el caballo en Un animal fabuloso (luminosos y oscuros, al modo de Di Benedetto o Carver) donde hacia el final hallamos una suerte de liberación. De epifanía.

William en la ventana hace que dudemos. ¿Samanta va a girar? ¿Va a entrar a ese núcleo oscuro y extraño donde suele arrastrarnos? No. Nos va a dar un golpe de realidad. Nos va a desencantar. “¿Creyeron que iba por ahí?”, parece decirnos. “Bueno, no”.

El ojo en la garganta es la piedra preciosa del libro. Leemos un relato narrado por alguien que no está. Y no nos damos cuenta hasta llegar a la mitad de la historia. Eso es gaje del oficio. Eso es magia de la buena. 

Samanta camina, conduce, guía. Es una hipnotista del lenguaje y nosotros, los lectores, vamos tras su rastro, huellas, migas de pan o lo que sea que nos quiera ir dejando.

La mujer de Atlántida, por la temática y los personajes, me llevó a ciertos tratamientos de Mariana Enríquez. La Enriquez. La Schweblin. Dos pesas pesadas. Intensas. Profundas.

En El superior hace una visita, Samanta vuelve a volantear, gira de golpe, acelera, pisa a fondo y de pronto, estamos en un policial. Pero solo lo notamos hacia el final del relato.

Viaje luminoso. Femenino, en el mejor de los sentidos. Hay algo bueno en lo malo que nos rodea a nosotros, los seres humanos. Amistades. Lazos. Lealtades. Vida. Muerte. Hay un buen hacer y un buscar el bien en lo malo que nos acontece. Hay, en definitiva, un buen mal.

Saltemos al agua desde el título: El buen mal es la punta del muelle y hundámonos apretándonos la nariz. Tras el impacto inicial de Bienvenida a la comunidad, abramos los ojos, entreguémonos atentos a la caída que va suavizándose en William en la ventana, a los tonos nuevos a nuestro alrededor de El ojo en la garganta, más densos y tornasolados en La mujer de Atlántida. Descendamos, aguantemos sin respirar hasta El superior hace una visita, así, hasta el final.

Samanta Schweblin nació en Buenos Aires, en 1978. Sus dos primeros libros, antologados en Pájaros en la boca y otros cuentos (2018), obtuvieron los premios del Fondo Nacional de las Artes y Casa de las Américas. Siete casas vacías (2015) recibió los premios Narrativa Breve Ribera del Duero y National Book Award. Llevada al cine en 2021, la novela Distancia de rescate (2014) fue premiada con el Tigre Juan, El Ojo Crítico, Shirley Jackson y Tournament of Books y finalista del Booker Internacional, nominación que se reiteró con Kentukis (2018). Traducida a cuarenta idiomas, la autora ha merecido por su trayectoria los premios Konex de Argentina y el Iberoamericano José Donoso. Reside en Berlín, donde escribe y enseña escritura creativa.

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