Por eso, de vuelta para el segundo tiempo, el técnico Lionel Scaloni movió sus fichas y puso a Giuliano Simeone y a Nicolás González por Molina y De Paul para recomponer el costado derecho. Pero la Selección igualmente siguió chocando contra el esquema cerrado de los colombianos, que le negaba el juego interno. Y cuando recuperaban la pelota, salían disparados de contraataque. Díaz fue imparable, el mejor de todos en la noche del Monumental.
La expulsión de Enzo Fernández por un planchazo a la cabeza de Castaño a los 25 minutos empeoró el cuadro. Paredes acertaba todos los pases desde el medio. Pero la pelota no le corría al equipo de Scaloni. Y en ese momento Argentina ofreció su corazón. Con carácter, se llevó por delante a un equipo colombiano que en todo momento se mantuvo ordenado. Salió Messi y entró Exequiel Palacios para ver si con piernas más frescas y mentes más claras aparecían los espacios. Faltando diez minutos, Almada llegó al empate con un remate cruzado.
Argentina no tuvo la noche más inspirada. Pero los grandes campeones tienen otro tipo de recursos cuando eso sucede. Aparecieron el temple, la fibra, el pecho inflado y el orgullo. Con eso se evitó la derrota. Con eso se fabricó un empate que al ardor del partido le quedó más que bien.
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