- ¿En qué momento les empezó a interesar trabajar con esta ‘fauna artificial’?

Facundo López: El libro está atravesado por el paisaje de la llanura bonaerense. Lo tenemos muy presente, es un paisaje que recorrimos muchas veces. A la cultura argentina siempre le gustó definirlo como interminable, infinito. Paula lo atravesó infinidad de veces viajando a Neuquén, su ciudad natal, y yo también, aunque en trayectos más cortos dentro de la provincia. En esos desplazamientos el paisaje se nos metió en la retina. La llanura tiene algo muy interesante una vez que te detenés a observarla. A primera vista parece que no hay nada: se la definió muchas veces como un desierto, con todas las intencionalidades que eso conlleva. Pero al atravesarla y recorrerla empezamos a notar marcas que podían ser de interés. Así surgió la idea de presentar un proyecto al Fondo Nacional de las Artes para iniciar una investigación. No sabíamos del todo con qué nos íbamos a encontrar. Acompañados también por ciertas ideas de la arquitectura y de la fotografía, pensamos que ese supuesto vacío podía estar habitado por una fauna particular, por una suerte de fósiles desperdigados que podían convertirse en objetos de estudio. Nos influenciaron, por ejemplo, ideas del arquitecto Gerardo Caballero, que habla de la llanura pampeana como un zoológico de animales metálicos que se oxidan a la intemperie. O trabajos como los de los fotógrafos Bernd y Hilla Becher, que en otras latitudes investigaron visualmente objetos industriales, metálicos, abandonados. Nosotros empezamos a pensar estos objetos como esculturas.

Paula Alonso: Justo estaba revisando el libro, y pensaba en esto de los viajes a Neuquén. Hacer ese trayecto en auto implicaba pasar muchas horas cruzando la pampa. El bloque fotográfico del libro se llama ‘El llano entre sus pliegues’, y tiene que ver con esta impresión: yo no podía entender cómo podía ser todo tan plano. Buscaba algo del relieve que sí aparece en Neuquén, donde el territorio está más arrugado. Entonces, empecé a pensar en estas marcas que fuimos encontrando —estas esculturas anónimas— como esos pliegues del llano. Una forma de interrupción o de pliegue visual en un paisaje que, a primera vista, parece uniforme.

FL: También había un deseo de ver qué aparecía. Los primeros viajes fueron muy a la deriva, sin un plan claro, pero estaba el deseo de hallar estos ‘animales’, esta fauna artificial que finalmente apareció: tanques, silos, galpones, platos giratorios de locomotoras. Muchas de estas estructuras están relacionadas con el sistema ferroviario, que se extendió como una red desde Buenos Aires y La Plata. El caso del ferrocarril es particular: cada 20 o 25 km, que era la distancia que necesitaban las locomotoras a vapor para recargarse de agua, aparecían paradas con sus correspondientes infraestructuras. A veces, es el mismo tanque o galpón repetido casi infinitamente a lo largo de 600 o 700 km. Eso produce una especie de poética territorial y espacial que siempre nos atrajo.

- ¿Cómo esta investigación geográfica, visual, territorial, tomó la forma de un libro?

PA: Bueno, la beca del Fondo Nacional fue el motor inicial, pero en ese momento no sabíamos qué cuerpo iba a tomar el proyecto. No teníamos claro cuál iba a ser el soporte final. En algún punto pensamos que podía ser una muestra, una exhibición, quizá acompañada de una publicación. También se barajó la idea de un entorno multimedia, como una página web. El libro surge cuando le mostramos el archivo a Ediciones Bonaerenses. Estaba medio empolvado, pero al abrirlo y compartirlo con la editorial, ellos vieron ahí un libro posible. Esa devolución nos dio aire y ganas para volver a trabajar en el proyecto y terminar de armarlo. Y hay algo muy lindo en pensar que el libro como forma propone un recorrido, una secuencia. Lo empezás en una página y seguís a la siguiente. De alguna manera, eso condensa la idea de los viajes que hicimos.

- ¿Cuánto tiempo estuvieron viajando por la provincia? ¿Cómo eligieron el recorrido, los pueblos que mapearon?

FL: Viajamos durante unos dos años. Hacíamos viajes desde La Plata, donde vivimos, a distintos pueblos y parajes, la mayoría a no más de 300 o 400 km, aunque en algunos momentos también hicimos incursiones más lejanas. Al principio, la manera de organizar los recorridos era bastante intuitiva. Abríamos Google Maps, teníamos en mente algunos nombres, alguna toponimia que nos resonaba, y salíamos. Muchas veces buscábamos caminos rurales que corrieran en paralelo a las vías del ferrocarril, o simplemente nos dejábamos llevar. Y más de una vez terminamos literalmente en el barro. La llanura siempre nos recuerda eso: que es un manto de tierra negra, sin intervención pétrea, surcada por arroyos y lagunas, donde el anegamiento es una condición constante. Después empezamos a investigar un poco más. Tenemos un mapa grande, que seguimos conservando, donde fuimos marcando los viajes, identificando las huellas de lo que habíamos visto y registrado. Íbamos siempre acompañados de nuestras herramientas: Pau con su cámara analógica, y yo con lo que llamo mi cuaderno de bitácora. Es una práctica muy arraigada entre arquitectos y arquitectas: registrar en un cuaderno lo que uno va viendo. Ese cuaderno fue el primer depósito de nuestras observaciones directas. Allí aparecieron dibujos, esquemas, textos... De hecho, algunas cosas que hoy están en el libro nacieron en ese primer registro. En el libro hablamos de un ‘nomadismo indisciplinado’, una forma de moverse sin brújula, sin la intención de cazar algo puntual, sino más bien con la disposición de ver con qué se encuentra uno. Y lo más interesante fue, justamente, todo eso que encontramos sin saber que estaba ahí.


- ¿Cómo pensaron la relación entre texto e imagen?

PA: Teníamos mucho material, entonces el proceso inició seleccionando qué valía la pena decir en un libro. Había textos más históricos o arquitectónicos que nos interesaban, pero que quizá funcionaban mejor en otros formatos, así que quedaron afuera. En diálogo con los editores fuimos definiendo el tono: un texto que oscila entre lo poético y lo analítico. Queríamos que apareciera algo del cuaderno de bitácora, ese registro que hacíamos durante los viajes. Ahí están nuestras primeras impresiones, los dibujos, los apuntes escritos a mano. Algunas partes del libro conservan esa voz más directa, más en primera persona; otras fueron elaboradas después, con más distancia. Las imágenes también fueron pensadas como piezas en sí mismas, no como simples ilustraciones del texto. Sobre todo el bloque de fotografías, que está agrupado en el centro del libro. Esa fue una decisión desde el principio: que tuviera su propia narrativa visual. Seleccionamos qué fotos poner, cómo combinarlas, cómo construir ese relato. Hay dípticos, dobles páginas, relaciones entre pares e impares. Una línea de horizonte atraviesa el bloque y da unidad, esa línea infinita de la llanura.

FL: Lo que queríamos transmitir era justamente que hay algo que parece vacío pero no lo es. En la llanura hay de todo: objetos, estructuras, animales, plantas. En cuanto a los dibujos, ahí trabajó mucho la diseñadora para reponer esa sensación del cuaderno de viaje. Se extrajeron dibujos, algunos muy propios del croquis arquitectónico, hechos in situ, con poco tiempo, intentando registrar lo esencial. Son apuntes rápidos, de síntesis, pero también muy precisos a su modo.

- ¿Qué esperaban encontrar en el viaje y con qué se encontraron efectivamente?

FL: Creo que, al principio, la pregunta era simplemente ‘¿qué hay ahí?’. No teníamos una idea tan precisa de qué íbamos a encontrar. Me imaginaba grandes piezas industriales solitarias, instaladas en medio de la nada, y en parte fue así, pero fuimos encontrando que esas grandes piezas, en esta parte del mundo, son más bien las del ferrocarril. Claro que también registramos otras —silos, estructuras vinculadas a la producción agraria más reciente—, pero lo que más apareció, y con lo que más nos enganchamos, fueron las piezas del sistema ferroviario. Están por todos lados, se extienden como un entramado infinito, y muchas veces en estado de semiabandono. Algunas estaciones aún reciben un ramal de tren, pero la mayoría no. Y esos lugares, esas estaciones vacías, abandonadas, hablan de la historia económica, política y social de nuestro país. Algo que me interesó particularmente es cómo el ferrocarril fue una herramienta para importar tecnología desde la metrópolis e insertarla en el territorio. Esas piezas siguen ahí: pueden ser miradas, analizadas, pensadas, registradas. Y eso hicimos. Al final, lo que encontramos no era exactamente lo que esperábamos, pero fue incluso más interesante. Otra cosa que nos sorprendió fueron las marcas políticas que fuimos registrando en las estaciones. Pintadas, carteles. En muchos de esos pueblos y parajes, las estaciones eran lugares clave: ahí se encontraba la gente, se charlaba, se viajaba, se conectaba con el afuera. Y ahí también estaban las inscripciones ideológicas. Por ejemplo, encontramos varias veces pintadas que decían ‘Apoye el segundo Plan Quinquenal’, y lo interesante es que en muchos casos están repintadas, cubiertas por capas de pintura que después se descascararon, dejando ver el mensaje anterior. Eso muestra las capas de la historia: cómo quedan adheridas al territorio, a su superficie material. Vimos muchas otras: ‘Cristina vuelve’, ‘Viva Alfonsín’, rastros de todos los procesos políticos que atravesaron estos pueblos. Algunos siguen habitados, otros no. Muchos son parajes casi desiertos, con apenas cuatro o cinco familias. Algunos están completamente abandonados, devorados por la vegetación, por los animales.

- Hay un fantasma que recorre el libro y es el del neoliberalismo, ¿no?

FL: Sí, totalmente. Es como otro camino que va en paralelo al libro, y por momentos lo toca de manera directa. Me viene a la cabeza ahora una calcomanía, más de los noventa o principios de los dos mil, que encontramos pegada en una estación: “Un país sin trenes es un embole”. Y otra, más desgastada, decía: “No entre, ya no queda nada”. Así como encontramos inscripciones del primer peronismo, también registramos huellas del vaciamiento posterior. En ese sentido, el neoliberalismo es parte fundamental del declive del ferrocarril. Ese proceso, a veces lento y otras veces brutal, se dio también en gobiernos democráticos, pero sobre todo en la dictadura y durante el menemismo. Fue un período de fuerte desinversión, de cierre de ramales, de pérdida de infraestructura y de sentido. El tren fue un instrumento de progreso, clave en la articulación territorial, en la producción económica. Su decadencia deja marcas muy visibles, tanto materiales como simbólicas, en pueblos que se fueron vaciando, perdiendo población e importancia relativa cuando el tren dejó de pasar. Y todo eso está ahí, en las estaciones abandonadas, en los rieles oxidados, en los carteles que todavía sobreviven. El libro no busca explicar eso, pero inevitablemente lo deja ver.

- ¿Es la primera vez que trabajan en colaboración? ¿Podrían contarme sobre sus recorridos artísticos y profesionales?

FL: Con Pau nos conocemos hace más de quince años y tenemos muchas cosas en común, así que este libro no es nuestro primer proyecto juntos. Venimos trabajando en colaboración desde hace tiempo, y me parece que esa combinación entre su mirada desde lo visual y la mía desde el campo de la arquitectura fue muy enriquecedora. Después de este libro hicimos varios trabajos más. Uno de ellos se llama ‘Escalar la llanura’. Construimos un objeto en medio del campo, una suerte de dispositivo desde el cual mirar el paisaje de otra manera, tratando de dislocar la mirada habitual. Soy arquitecto, docente en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP, y desarrollo mi práctica profesional con un fuerte interés en el paisaje. Me interesa trabajar en los bordes de la disciplina, cruzando arquitectura, territorio, memoria e historia. Desde ahí, también me vinculo con lo visual, ya sea a través del dibujo arquitectónico o de otros registros que permiten observar y pensar el entorno.

PA: Yo soy de Neuquén y me vine a La Plata a los diecisiete años. Estudié la Tecnicatura en Escenografía en la Escuela de Teatro y me gradué en la carrera de Artes Plásticas con orientación en Escultura en la Facultad de Artes de la UNLP. El paisaje siempre fue un eje en mi trabajo poético. Venía trabajando con la materialidad del territorio del sur, con áridos, tierras volcánicas, arenas. Produzco esculturas y obras desde esos materiales, y en ese sentido, este libro marcó un giro: fue la primera vez que me puse a pensar el paisaje de la llanura, asumiendo que ahora también habito este territorio. Actualmente soy docente en la Facultad de Artes, y mi trabajo sigue vinculado a la idea de territorio, desplazamiento y materialidad.

- ¿Cómo es “Escalar la llanura"?

FL: Es un proyecto que todavía está en desarrollo y se encuentra instalado en un terreno que compartimos en Arana, en las afueras de La Plata. Es una estructura elevada de madera, de unos seis metros de altura, inspirada en la tipología de los tanques de agua que relevamos en el marco de ‘Una fauna artificial’. La estructura se asemeja a esos tanques, pero en lugar de contener agua, aloja una cámara oscura. Es un artefacto al que se accede subiendo por una escalera y permite ingresar en un espacio interior donde la imagen del paisaje exterior se proyecta mediada por una lente. No funciona como una cámara fotográfica en sentido técnico, sino como un mirador: un dispositivo desde el cual observar el paisaje de la llanura pampeana desde otro punto de vista, dislocado, casi imposible. Desde allí, quien sube puede mirar el paisaje invertido, como exige la lógica de la cámara oscura. Un modo de volver extraño lo conocido, de desarmar lo habitual para que el ojo —y el cuerpo— puedan mirar de nuevo.

Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.

Hace 38 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.

Unite a Página|12
Icono de carga
Tu navegador tiene deshabilitado el uso de Cookies. Algunas funcionalidades de Página/12 necesitan que lo habilites para funcionar. Si no sabés como hacerlo hacé CLICK AQUÍ