León, Rajland y Gobernori en "El trabajo".

-¿Cómo se te ocurrió hacer una obra sobre lo que sucede en los talleres?
-Hace muchos años que veo que en los talleres aparecen materiales, discusiones, preguntas... muchas veces en una obra uno está más enfocado en llegar al final del proceso, en mostrarla. Me interesa mucho el proceso y un taller es puro proceso. Sentía que muchas de esas discusiones o investigaciones eran interesantes como material de una obra, que también incluye mucho imaginario de cuando tomé clases. Mi personaje refleja a mis maestros. Hay un tono de humor en relación a esa idea más vieja escuela; la forma mucho más brutal, dura, de decirles las cosas a los otros o de buscar experimentar de una manera muy radical también. Tengo muchos recuerdos de cuando empecé a estudiar teatro a los 15, 16 años -N. de R.: sus principales maestros fueron Norman Briski y Ricardo Bartis-, de mucha exposición y de lastimarme bastante cuando actuaba. Lo asocio a mi hijo, de cuatro años: ciertos juegos, investigaciones, búsquedas terminan en lastimaduras. Los talleres que doy fueron transformándose mucho. En la obra el grupo se somete o entrega a una dinámica de modificar patrones de conducta, de intentar ir en contra de la propia tendencia, ser otros por fuera de su automatismo, su circuito conocido.

-Hablaste del humor. ¿Hay cierta burla a los clichés de las clases de teatro?
-Sí, está presente eso. Al mismo tiempo son cosas que me interesan del arte. La idea de que no todo lo que uno ve es lo que existe; poder hacer cosas para uno en principio y después seguramente eso el público lo va a ver. En los talleres trabajo mucho eso: cortar el lazo con la mirada. Uno es un ser social y se muestra de determinada manera. ¿Qué pasa si corto esa conciencia de cómo tengo que estar para ser mirado? ¿Qué se activa en mí cuando me expongo? Es mucho trabajo de autoobservarse. Sin juzgar y sin modificar, en principio. Siempre doy el ejemplo de cuando uno participa en una clase de yoga y le piden que observe su respiración. En el momento en que observás tu respiración la empezás a exagerar, a inhalar más fuerte. La idea sería observar cómo soy o qué se activa en mí o qué aparece, sin modificarlo.

-¿Cómo le escapaste a que El trabajo sea una obra de nicho?
-Siento que los talleres que doy ya no son de teatro. Es un trabajo de elongar actitudes. Un trabajo  con seres humanos que tienen una idiosincrasia, una forma de ser, de funcionar y es como intentar probar que por un momento esa psiquis y ese cuerpo funcionen de otra manera. Uno es muy editor permanentemente de uno mismo. Edita lo que quiere o le conviene mostrar. Me interesa el material en bruto; que uno en un taller pueda ofrecerse completo, con luces y sombras. Va más allá del teatro. La palabra transformación es clave. Es increíble: veo cuerpos o voces que de repente no puedo creer adónde llegan. En el momento de mucha exposición aparecen partes de uno que uno no sabe que tiene. La vulnerabilidad, la sensibilidad, el no saber, el no entender... La idea de las clases, y de la obra, es poner en escena todas las partes de uno. No lo que elijo mostrar, sino lo que aparece a pesar mío, lo que no entiendo, lo que no me gusta, incluso estéticamente. Hace dos años tuve un alumno que era policía de investigaciones. Todo eso generó un gran prejuicio primero. Había estado, no te digo desnudo, pero había amamantado, había hecho de mamá, cosas increíbles... y era policía. Me interesa mucho trabajar entre personas muy distintas entre síAhí aparece la humanidad. Y todas esas aparentes diferencias están en uno: uno las tiene todas. Como en las clases, la obra trabaja con el presente de la pregunta. Nos entregamos a una investigación que no sabemos hacia dónde nos va a llevar. El espectador participa de eso. Ve en tiempo real, en vivo, una búsqueda.

-¿Qué significa el club Paraíso para vos, en este contexto?
-Sus actores, productores fueron parte de la producción de la obra, y están muy preocupados en dar cuenta de los procesos de creación, en armar una comunidad que comparte obras y procesos. Son un montón los directores que lo armaron y me sorprende eso. Para mí no es tan fácil ponerse de acuerdo en un proyecto en el cual, además, están al servicio. La otra vez lo veía a Ariel Farace en Zelaya ayudando con cosas. Es alguien que escribe, dirige, actúa y de repente está al servicio de otro proyecto. Me parece muy espectacular eso, estimulante. Me gusta la gente que forma parte de Paraíso, sus trabajos, sus obras. Siento que formo parte de esta comunidad.

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