Como hecho cultural de profundo arraigo, el fútbol siguió su camino sin atender al desprecio de la alta burguesía ni a medidas represivas. Poco a poco se fue expandiendo en el mapa y ganando más adhesiones. Y así como nació en las calles, sigue emergiendo en los suburbios de todas las ciudades del mundo. Tal vez, al ser un juego muy barato que 20 o 25 niños pueden practicar en cualquier lugar hasta con una pelota de trapo, resulte una elección natural. Lo cierto es que cuando llegó a los barrios, después de que los ingleses lo distribuyeran por todas partes, se convirtió en una fiesta que los pobres se daban a sí mismos y que, como veremos, el negocio les arrebató para hacer de ella otro producto de consumo más (…)

Del placer al deber

En la década de los 60 del siglo pasado, más o menos, el negocio “descubrió” en el fútbol una fuente de ingresos abundante e inagotable. Las clases dominantes dejaron de mirarlo con la nariz fruncida y, donde hasta ese momento solo veían a 22 hombres en pantalón corto, sudorosos, dándole patadas a una pelota, comienzan a vislumbrar que el asunto podía aumentar su riqueza considerablemente. Su mirada se torna entonces comprensiva y hasta cariñosa.
Al principio se va introduciendo lentamente, como apoyo, para darle un impulso de progreso a las condiciones que se necesitaban mejorar: estadios, vestimenta de los jugadores, organización, etc. Inadvertidamente, con mucha inteligencia y sutileza, va desplazando los valores esenciales del juego para incorporar los suyos; especialmente el de ganar a cualquier precio. Se deja de jugar para jugar, buscando el triunfo, por supuesto, como una recompensa, y se compite exclusivamente para ganar, que deja de ser lo más importante para convertirse en lo único importante. El placer de jugar es reemplazado por la teoría del esfuerzo; la diversión deja lugar a la ética de la penuria; hay que sufrir. Ya no se entrena, se trabaja. Los jugadores dejan de crear para obedecer a un plan previo (…)
Si solo vale ganar, nos arrebatan el placer de jugar. Si solo sirve el resultado final, nos quitan el “mientras tanto”. El presente ya no vale por sí mismo, sino solo si nos lleva a alguna parte. Y ese final es el que dictará el éxito o el fracaso. Éxito es ganar y todo lo demás es fracaso, porque ganar, solo ganar, vende. Y ahí tenemos al fútbol, convertido totalmente en un objeto de consumo. A los clubes les importan cada vez menos los hinchas o simpatizantes; la gente a la que le interesa el juego. Prefieren a los clientes, los que compran todo lo relativo a los ídolos que fabrican los medios de comunicación y sus oficinas de marketing.

* Ex DT de River, Racing, Huracán, Gimnasia y Banfield. Ex futbolista de Olimpo. 
** Periodista, hija del DT.

Este artículo fue publicado originalmente el día 14 de noviembre de 2016

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