La primera conversación fue por teléfono: 5h401b
â¿Aurora Venturini?
âSÃ, señorita.
â¿Usted se presentó con el seudónimo Beatriz Poltrinari al concurso Nueva Novela de Página/12?
âSÃ, señorita, me presenté con Las primas.
â¿Sabe que está entre las 10 finalistas?
âNo. ¡Ay! SerÃa muy importante que esta novela ganara. ¿Sabe por qué? Porque Las primas soy yo.
Silencio. La voz ronca de esta mujer de 85 años, autora de una novela inquietante, amenazaba ahora con algo más, una declaración. Las primas ya habÃa traÃdo bastantes problemas, el jurado lo resume bien: âNovela única, extrema, de una originalidad desconcertante, que obliga al lector a hacerse muchas de las preguntas que los libros suelen ignorar o mantener cuidadosamente en silencioâ.
Ahora, la misma que habÃa engendrado la voz de la protagonista, Yuna âesa candorosa presentadora de un espectáculo sórdido, sobreviviente del error, visitadora de la demencia que se aturde y pierde el hilo ante los signos de puntuación y por eso los evita en cuanto puedeâ trataba de agregar otra pieza a su perturbadora construcción. ¿No era bastante ya con la voz de Yuna y su fragilidad ante la gramática, dolor por la sintaxis, voz hambrienta que intenta superar su debilidad mental buscando palabras en el diccionario para completar sus frases?
Un brutal y excesivo gesto de honestidad impulsa a la protagonista a consignar la fuente (el diccionario) cada vez que pone una palabra que no usó antes. Desmesurada y otra vez cándida respuesta a las discusiones últimas sobre el plagio, la intertextualidad y otras apropiaciones.
Y ahora, Aurora Venturini se apropiaba de la famosa falsa frase de Flaubert. El abogado del escritor lo habÃa salvado argumentando que el narrador de la obra acusada de inmoral no suscribÃa la conducta irregular de su protagonista, dramatizaba un problema social, las palabras de Bovary eran de ella, Flaubert era el autor de una transcripción. âMadame Bovary soy yoâ, la declaración teatral que pretende un rapto de soberbia, de hartazgo y de definición de literatura en tiempos de modernidad, aparecÃa de nuevo, ahora por teléfono, para justificar el valor de un premio literario. ¿Para quién era muy importante que ganara Las primas? ¿Para la autora? ¿Para la literatura? Por fin, la voz ronca continuó:
âLas primas soy yo, señorita, es mi familia. Nosotros no éramos normales. En casa todas mis hermanas eran retardadas... Y yo también.
La idiotez, divino tesoro
La segunda conversación puede esperar. La tercera no. Fue en su departamento de La Plata. Lo primero que señaló fue el aparador donde ya estaba instalada la escultura de Adolfo Nigro y también un cheque de fantasÃa, de esos gigantes que se dan en los concursos, hipérbole de los 30.000 pesos que se ganó. Ambos trofeos recién llegados a un elenco de vetustos triunfos: el Pirandello de oro de Sicilia, medallas, placas, distinciones locales, premios municipales, recuerdos de la SADE, el premio iniciación que le dio Borges en 1948 por su libro El solitario, honorÃficas menciones, el tÃtulo de la Facultad de Humanidades de La Plata que consiga que está recibida en FilosofÃa y Ciencias de la Educación.
En la pared de enfrente, una biblioteca. Cada cinco o seis libros ajenos uno es de su autorÃa. Hadas, brujas y señoritas; Nosotros, los Caserta; Pogrom del cabecita negra; Las MarÃas de los Toldos; Jovita la osa; Lamentación mayor; Alma y Sebastián y más.
De pronto, sobre todo después de haber leÃdo Las primas, un deseo incontrolable de ser impertinente. Decirle allà mismo: Aurora, ¿por qué tantas ediciones de cabotaje? ¿Por qué ninguna novela en alguna editorial importante?
âPorque no me gusta pedir. Y mucho menos, que me digan que no.
Ibamos a estar mejor en el escritorio, ofreció amable, entonces seguimos adelante por la casa que amenaza constantemente con patios internos, con luces verdes que vienen de los toldos, retratos de ella joven, retratos de Eva, de FermÃn Chavez, su esposo, que pobrecito, murió hace poco. Ya estamos ubicadas. Entran cómodamente dos personas que siempre son su secretaria y ella. âYo escribo dos o tres hojas y después se lo leo a Martaâ. Marta Darhanpé Baliño dice que cuatro ojos ven más que dos, pero que igual, con Las primas, no tuvo que corregir nada porque Aurora esta vez eligió las palabras justas. Y cuando dice eso mira mecánicamente hacia la máquina de escribir. Ahà está la culpable del aspecto anticuado, los espacios corridos, el liquid paper, atributos misteriosos con los que la novela se presentó al concurso.
¿La escribió acá?
âSÃ. Siempre escribo acá. O si no, en la otra que está allá en el patio. Igual, es la primera vez que escribo una novela completamente a máquina. Hasta ahora habÃa escrito llenando cuadernos y cuadernos, borrando y tachando, reescribiendo varias veces. En cambio a ésta la hice de un tirón. ¿Computadora? No. No quiero nada de eso acá. Les tengo temor. Soy medievalista. Algo adentro habita en las máquinas. ¿Vos creés en Dios? Tenés que creer, nena. ¿Porque asà la vida es más fácil, porque te vas a hacer más buena? No. Tenés que creer, porque es. Nunca usé computadora. Yo compré tres y las regalé. Vino un señor a enseñarme. Pero no entendà nada. No es mi idioma. Ya no.
¿Hace mucho que escribió Las primas? ¿La habÃa presentado a otro concurso?
â¿Mucho? No. Está fresquita. La empecé cuando Marta vino con el recorte de Página/12. Ella me dijo: âAcá tenés un concurso importante, es ideal para tu novelaâ. Y ahà entonces la empecé. La terminé dos dÃas antes de entregarla. La mandamos con un remis. Tardé un poco más de dos meses. ¿Cómo la voy a presentar a otro concurso? No. Es una novela tan virgen como mi tÃa Nené.
¿Existe tÃa Nené?
â¿Cómo no va a existir? Vos leÃste la novela. Todos los personajes que están en la novela existieron.
Hábleme de su familia.
âMi padre tenÃa seis caballos. Era un gran jugador. Acá en La Plata es raro que los hombres no sean jugadores. Tenemos el hipódromo, que es muy importante. Y papá se vino abajo jugando. Perdió todo y se fue. Mamá se quedó con nosotras, que no éramos gran cosa. Ella, pobrecita, era maestra. Se vino abajo la casa, todo se vino abajo. Tuvo muchos hijos y muchos murieron. En aquella época ella creyó que salvaba lo mejor.
Siguiendo lo que dice en la novela, se dirÃa que no tuvo una buena relación con sus padres.
âMi familia era radical. Mi papá me echó de casa, me expulsó de todo cuando supo que yo estaba con el peronismo. El nos habÃa dejado y volvió un dÃa solamente para eso. Después volvió a irse. No sé dónde ni cuándo murió. A mi madre tampoco la vi morir. Yo estaba de viaje. Yo no lloro. Nunca he llorado a nadie.
¿Qué hizo cuando su padre la echó de casa?
âNo. Para ese momento ya era universitaria y además tenÃa mi departamentito, ese que aparece en Las primas, que me habÃa comprado en Miraflores frente al bosque. Mejor para mÃ. Yo querÃa irme. Además, tenÃa unos ochocientos novios. No era ninguna santa. Me parecÃa una estupidez la virginidad, yo era como las chicas de ahora. Es que en la facultad éramos muy pocas... Igual, con los compañeros de la facultad nunca tuve nada. Nos portábamos muy bien ahà adentro.
¿Cómo se le ocurrió escribir una novela con párrafos enteros sin signos de puntuación?
âPorque estoy loca. Si pongo el signo se me va la idea.
Eso le pasa a Yuna, el personaje, no a usted...
âTambién me pasaba a mÃ. Es cierto eso que digo ahà de que yo no sabÃa la hora, tenÃa horror a los relojes, me espantaban.
¿Dónde está el lÃmite? Tal vez ésa sea una de las preguntas incómodas a las que el jurado hacÃa referencia. Habla Yuna parece, y si no es, habla alguien que escribe todo el tiempo, incluso mientras habla. Da esa sensación cada vez que se refiere a la novela o a su familia. Aquà está la materia de su ficción: la infancia hostil, la deformidad, la locura, el desamor filial, una clase acomodada que la pone incómoda. Hay que leer Nosotros, los Caserta o Alma y Sebastián, por ejemplo, para saber que todos los fantasmas vuelven. Que la gramática también es un fantasma. Donde antes habÃa una deficiencia mental, hay una niña prodigio, donde una prima ejercÃa la prostitución, ahora se ha instalado un abuelo que rescata a la más bella de los Venturini y se la lleva a Italia a que se rehabilite, a ver si se puede sacar algo sano de tanto infierno. Si hay que creer, con la torpeza que aporta lo literal, que Las primas es ella, de un momento a otro tendrá que hacer su entrada Petra, tal vez una de los más atractivos personajes de esa novela. La traicionera, la falsa vengadora del género, la carroña, la enana prostituta que se gana la vida con el sesoral. Pero Petra no aparece. Los personajes y las palabras van de un libro a otro y ya están también en el próximo que piensa escribir. âLas primas soy yoâ parece una definición, parentesco literario y no precisión autobiográfica: eso que llama broncar y escribir durante 8 horas por dÃa durante tantos años.
No hay dudas, la última pregunta tuvo un tono desafiante. Fue más impertinente que la primera, la de la edición de los libros. Aurora por suerte, hace una concesión, me temo que por única vez, y me dice en un susurro:
âFijate cómo ponés que yo digo de que en casa éramos todos retardados. Tengo algunas hermanas que viven todavÃa y que no piensan como yo.
La muchacha peronista
¿Cómo fue que se hizo peronista?
âPor hartazgo. Me harté de la platerÃa, de los chismes, de esto está bien y esto está mal. Hay que hacer asà para que no se diga que hiciste asá. Mirá, mi tÃa Nené por ejemplo, te agarraba la muñeca. A ver, mostrame la tuya. Bueno, ¿ves? a vos te habrÃa dicho: âAy, qué linda, tenés una muñeca bien chiquita. Eso significa que tus antepasados no han tenido que yugar para ganarse el pan, no han trabajado. Querida, pertenecés a una casta superior a la que no pertenece la gente que tiene la muñeca regordetaâ. ¿A vos te parece tener que escuchar esas pavadas? Por eso me hice peronista. Además siempre me gustaron los pobres.
¿Cómo conoció a Eva Perón?
âYo trabajaba en Minoridad. En esa época estaba Mercante de gobernador. Llamé a la señora de Mercante, a quien yo le hacÃa los discursos âsÃ, yo escribà discursos para otros y escribà hasta poemas para señoras ricas que querÃan sentirse poetas, qué querés, hay que vivirâ y le pedà que me presentara a Eva, que yo querÃa trabajar con ella. TenÃamos la misma edad. Ella tendrÃa 85 si viviera. Qué lástima. Tan bella era, tenÃa un cutis increÃble, yo la querÃa mucho a esa mujer. Nos hicimos muy amigas e hicimos mucha obra. Soy amiga de las Duarte también. Todo lo que dicen de las muchachas no es cierto. Las Duarte fueron: Elisa de Arrieta, que era contadora y trabajaba en el correo, después venÃa Blanca, que era maestra, Juancito, que no era lo que dicen (qué bien bailaba), la que sigue es Erminda que con Evita, que venÃa un año después, parecÃan mellizas. Evita se le escapó a la madre. Cuando se vino a Buenos Aires se vino sin que supiera. Se querÃa morir la vieja.
¿Qué hacÃa usted en el Instituto de Minoridad?
âYo era asesora en el Instituto de PsicologÃa y Reeducación del Menor. A los sobresalientes, los sacábamos y los mandábamos a la escuela. Evita es la que me permitió eso. De ahà salieron maestras, abogados. Médicos ninguno, no sé por qué. Lo malo era que los chicos no tenÃan que decir que eran de Minoridad, tenÃan que inventar que vivÃan en una pensión. Eso era tremendo y Evita no pudo con eso, estaba muy enojada por eso.
¿Cuál era entonces para usted el mejor recurso
para integrar a los chicos?
âEl cariño. HabÃa chicos que habÃan matado. ComÃa con ellos, charlábamos de cosas. Y los viernes, los dejaba salir. Nunca me falló ninguno. Porque sabÃan que era verdad lo que les decÃa: âSi no venÃs el lunes, yo pierdo todoâ. Si se enteraban de lo que hacÃa, me mataban. Ellos siempre me cuidaron. HabÃa maestras, preceptores, médicos. Si alguien llegaba a tocar a un chico, yo lo dejaba cesante enseguida. Evita me ayudó mucho con esto. Los chicos ahà tenÃan una familia y sobre todo, comÃan bien. Hasta los médicos comÃan ahà con ellos.
La secretaria se inquieta. Sabe que Aurora puede decir cosas mucho más interesantes, conoce muchas anécdotas que nadie sabe y que seguramente a ella le ha contado hasta el cansancio. âContá la de los dientesâ, dice Marta desde la otra habitación. Y entonces Aurora empieza:
âAh, sÃ. Estábamos en la Fundación. Si hay algo que Evita no podÃa ver era gente sin dientes. Enseguida les decÃa: âChe, vos tenés mal el comedor, te faltan sillasâ. Una vez, estábamos ahÃ, y se aparece un viejo de acá de La Plata, le faltaban casi todos los dientes. Evita en cuanto lo ve, inmediatamente lo manda a arreglarse la boca. En la Fundación habÃa de todo, mecánicos, dentistas, asà que enseguida el viejo tuvo su dentadura nueva. Pasaron unos meses que no lo veÃamos y entonces yo le dije a Evita: âLo voy a ir a verâ. Cuando llego a la casa, me sonrÃe y veo que está igual que antes. â¿Cómo es posible que siga sin dientes, hombre?â, le digo, â¿qué pasó con la dentadura?â. Y entonces me señala con el dedo la pared. ¿Vos podés creer? El tipo los tenÃa colgados de recuerdo. ¡Los habÃa enmarcado!
¿Cuál es la escena que sigue recordando cuando se acuerda de Eva?
âMe quedaba con ella hasta la noche. Pobrecita, no daba más y seguÃa. Fue una gran mujer. ¿Me vas a preguntar por Perón después? De él no puedo decir nada ni nunca diré nada. Cuando estaba muy enferma yo me acostaba al lado de ella. Y siempre lo mismo: Aurorita, contame un cuento verde. Soy muy buena para los cuentos verdes. (Aquà accede al pedido y luego de ofrecer un menú con chistes verdes criollos, polacos, judÃos y ses opta por el que empieza âiba un padre y sus dos hijos arriba de un burroâ.) Y cuando no me pedÃa que contara un chiste, me decÃa: Aurora, hablame de Heráclito. Le encantaba que le hablara de Heráclito y el tiempo. Yo le decÃa: âEl tiempo es una entidad, una cosa, metafÃsica, más allá de la fÃsica. Eva, el tiempo no corre, el tiempo está tenso. En cambio nosotros y las cosas nos vamosâ. âAy Aurora âme decÃa Evaâ cómo me gustarÃa ser heracliana para no irme tan pronto.â
VIOLETTE, JEAN-PAUL, SIMONE Y UNA COPA MAS DE PERNOD
¿Por qué se fue a vivir a ParÃs?
âCuando me fui a ParÃs yo volvÃa de ParÃs, de un viaje de placer que hice en barco con unas amigas. Estaba la Libertadura. Me tuve que ir para que no me mataran.
¿Cómo se integró con tanta facilidad?
â¿Cómo no? Los ses eran muy amables con los argentinos educados que sabÃamos hablar francés y que tenÃan tipo francés.
¿Por qué estudió PsicologÃa y no Literatura?
âYo no quise Literatura porque eso ya sabÃa. QuerÃa entrar en las cosas misteriosas. Siempre me gustó el ocultismo. La psicologÃa en parte es eso, ¿o no?
¿Mucha vida loca en ParÃs?
âMe atacó la fotofobia porque vivÃamos encerrados trabajando en el Instituto de ParÃs. Pero sÃ, mucho descontrol. A la noche salÃamos de juerga. Camus, por ejemplo, era un jodón. Natalie, la hija de Sartre, que cargaba con la desgracia de que le mataron a su novio judÃo, después se casó con Camus, tuvieron una nena. ¡Y el pernod! Aquà la Ley Palacios dijo basta. Pero allá no llegó la Ley Palacios. Tomábamos cantidades, a tal punto que nunca volvà a tomar alcohol. Me acuerdo ahora de Juliette Greco con el pelo larguÃsimo cantando completamente desnuda a pesar del frÃo. Qué linda era. Ãramos gente muy divertida. No hay libro más gracioso que La náusea, ¿o hay?
¿Ud. fue amiga de todos estos
monstruos existencialistas?
âNo, amiga no. Los conocÃ. Con la que compartà cuarto es con Violeta (Leduc). Era tremenda, desordenada, muy triste, pobrecita, me perdÃa las llaves constantemente. DesaparecÃa dÃas enteros. VivÃa su propia obra. La bastarda, por ejemplo, es ella misma, era hija ilegÃtima, su padre nunca la reconoció. Se habÃa enamorado como loca de un albañil. Desapareció varios dÃas de casa y cuando volvió supe que la habÃan agarrado entre varios, el albañil y otros más. Creo que fue su fin. Yo me vine para acá porque me dijeron que mi madre estaba enferma y al final no era nada. Cuando volvà a ParÃs Violeta ya se habÃa muerto. Yo estoy segura de que se suicidó.
¿Simone?
âSimone era una señora. Me acuerdo que tenÃa un amante norteamericano y que Jean Paul lo sabÃa. El se quiso casar con ella y ella le dijo que no. Aunque pienso que lo querÃa. Una vez me dijo: âJean Paul se conforma con una hoja y un lápiz, no me necesita a mÃâ. Y era verdad. Yo también soy asÃ. Lo único que quiero son las letras. No he amado a nadie. Con FermÃn nos llevábamos bastante bien. Con mi primero marido estuve 30 años casada. Igual que en Las primas, ella nunca siente nada.
Los hombres de Las primas son una porquerÃa...
âLos hombres son una porquerÃa. El macho piensa que la hembra es inferior. Si una mujer es un intelectual, el hombre tiene un erizamiento, por no poder ser como ella. Si no sabe cocinar, peor. No conozco ningún hombre, salvo FermÃn, que no haya hablado mal de las mujeres y más de una vez. Si no es machina, es tonta, si no, es fea. No todos son iguales, claro. FÃjese. Los radicales tienen a la mujer en la casa y ellos salen de juerga; los conservadores han tenido empleadas a las que luego las han hecho sus esposas; los socialistas, no se casan.
¿Y los peronistas?
âAh, no, nosotros tenemos de todo.
LAS MALAS PALABRAS
El teléfono suena constantemente. La secretaria pone horarios para las entrevistas. âMirá lo que han logrado ustedes, la caja del teléfono no para de sonar. Hasta la semana pasada era una tumba. Amigos y enemigos, llaman por igual. Qué hijos de puta. A mà me gusta Página/12 porque he visto que no tienen ningún problema en decir malas palabras.â
Nos tenemos que despedir. La fotógrafa, que mientras hablábamos le ha sacado infinitas poses, promete volver por más. Ella nos retiene un instante: â¿Ustedes se vieron? No son muy normales. No se crean... Ustedes también son las primasâ.
Cambiamos de tema, le decimos que su novela está generando muchas expectativas, que los elogios del jurado fueron muy contundentes. Que una mujer de 85 años se lleve un premio que se llama ânueva novelaâ es, como mÃnimo, desconcertante.
¿Que piensa usted que va a pasar cuando la lean?
âY, yo creo que se van a caer de culo.
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