En los últimos años, Lynch -junto a otras dos escritoras de éxito comercial, como Silvina Bullrich y Beatriz Guido- ha tenido una lenta, aunque sostenida, revalorización. Cristina Mucci le dedicó una biografía, La señora Lynch, publicada originalmente en 2000 y reeditada recientemente en un solo volumen junto con las bios de Beatriz Guido y Silvina Bullrich (Las olvidadas). Y además su nombre ocupa un lugar central en el libro de ensayos El paraíso argentino, de Claudio Zeiger (quien se ocupa, entre otros, de los grandes olvidados como Manuel Mujica Lainez); En los dos casos, el abordaje tiene que ver con el éxito rotundo y el consecuente olvido, y con un rasgo común a las tres escritoras del trío. Como escribió Zeiger en Marta Lynch o la pasión: “Cristina Mucci señala con acierto que, a pesar de dedicar su novela más famosa a la clase media, no lograría disolver del todo ese imaginario más alto. ‘Las tres terminaron personificando en el imaginario popular a un modelo de intelectual de clase alta, con toda su aureola de sofisticación y elegancia’, señala”. Y ahora Paripé Books, en su colección Renacimiento, vuelve a poner en circulación su primera novela, la aclamada La alfombra roja, con prólogo de Martín Kohan.

Publicada en 1962 por Fabril Editora, esta novela le valió un éxito inmediato entre la crítica y la Faja de Honor de la SADE.

Novela sobre la política, La alfombra roja construye la voz de Mónica, una chica provinciana que inicia un ascenso maratónico por los pasillos ministeriales del poder. Con el afán de encontrar un lugar en ese universo hermético y machista, Mónica se vale de la intimidad de su cuerpo para construir un poder propio: la utopía del cambio de vida. “Como sexo y política se cruzan”, señala Kohan, “(y en verdad: porque Marta Lynch acierta a cruzarlos en la trama de sus ficciones), el hombre del poder político se ve una y otra vez en la necesidad de lidiar con ese otro poder, el de la seducción y el erotismo”. Cuerpo y política, exterioridad e intimidad, son los cruces que Mónica teje desde una voz que por momentos cae rendida a la fascinación y al asco de lo que la rodea. El deslumbre de Mónica por los edificios, las masas y los grandes gestos del poder empieza a declinar cuando advierte que su cuerpo es una moneda de cambio en un lugar donde todo, absolutamente todo, tiene un precio y un costo. Cuanto más cerca está de la cima, más cínica se vuelve su mirada y su aspiración. La alfombra roja tiene un doble sentido: las que cubren las escalinatas del edificio ministerial y las que abren paso a ese otro mundo, un mundo de fantasía. “Siempre fue un espectáculo verlo vivir”, señala la narradora sobre el "Rey".

Se sabe: luego de licenciarse en Filosofía y Letras, Marta Lynch trabajó como secretaria de Arturo Frondizi, quien asumió la presidencia en 1958 y fue derrocado en 1962 por las Fuerzas Armadas, en medio de tensiones por sus políticas desarrollistas y su relación más o menos laxa con el peronismo proscripto. Desde un lugar privilegiado, Lynch observó otra cosa: las tensiones, la frivolidad del poder, el gatopardismo y el arribismo de ciertos sectores. El lugar siempre relegado de las mujeres, cosificadas y atrapadas por la telaraña de la política. Pero lo que ofrece su novela es más que un catálogo: es un manual para entender la política y la burocracia, que tiene como contrapartida la antipolítica. Los rituales de iniciación y aprendizaje, la oratoria frente a las masas -su descripción inicial de un discurso es de una destreza única y espeluznante- y la dualidad que ejerce quien encarna en su cuerpo el aura del poder.

La fascinación de Mónica en su primera novela pareció tenderle una trampa a la misma Marta: la alfombra roja que condujo a la miseria a su personaje, que la embelesó con brillos y la apartó de los contraluces del éxito político, tuvo un impacto similar en Marta Lynch, quien con esta, su primera gran novela, pareció marcar el designio de su carrera: entre poner el cuerpo a la palabra o cargar sobre sus hombros el peso de un mundo que, luego de adularla y leerla, de tenerla en el podio de las letras, de pronto le dio la espalda. Porque lo que más se teme del poder no es no tenerlo, sino no tenerlo para siempre.

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